Los fariseos
Organización de los fariseos
Los fariseos, cuyo nombre significaba “los separados” (parûs) o “los santos” (qadôs), eran el grupo religioso más sobresaliente en la época de Jesús. Se llamaban así porque propugnaban ser el “resto escogido por Dios” para la salvación, la verdadera comunidad mesiánica que el día del juicio sería la primera en ser salvada. No se componía precisamente de gentes del estrato superior, sino que abarcaba toda categoría social, e incluso gentes sin formación en su mayoría. Sin embargo, su relación con los escribas era muy estrecha. Todos los fariseos del sanedrín eran escribas, y aunque podía haber escribas no fariseos, no era lo común. Por eso fariseo y escriba eran en tiempos de Jesús palabras que casi venían a significar lo mismo.
Los fariseos se agrupaban en comunidades fariseas (habûrôt), de tendencia muy cerrada. No se podía ser fariseo si no se pertenecía a alguna habûrôt. Sólo en Jerusalén, en tiempos de Jesús, había varias de estas comunidades. Tenían en sí muchos fines de interés público y obras de beneficencia. Eran una parte muy importante del pensar fariseo, cuyos pilares básicos eran: la pureza, las prescripciones de la ley, y las buenas obras caritativas.
Las comunidades fariseas de Jerusalén tenían reglas concretas para la admisión de los miembros, lo cual muestra su carácter de comunidades particulares. Antes de la admisión había un período de prueba de un mes o un año de duración, durante el cual tenía que dar el postulante pruebas de su capacidad para observar las prescripciones rituales. Una vez terminado el período de prueba, el candidato se comprometía a observar los reglamentos de la comunidad sobre la pureza y el diezmo; en la época antigua esta promesa tenía lugar delante de un escriba, miembro de la comunidad. Desde entonces el fariseo era miembro (haber) de una asociación (habûrah).
Estas asociaciones tenían sus jefes y sus asambleas; éstas, según parece, estaban ligadas a una comida en común, especialmente el viernes por la tarde, al comienzo del sábado. Parece que las asociaciones fariseas intervenían a veces en público, para dar pésames o con ocasión de acontecimientos gozosos. Tenían su propia justicia interior; entre otras cosas, podían pronunciarse sobre la expulsión de un miembro.
A pesar de ser el grupo religioso de mayor número, éste era más bien pequeño. Su número oscilaría sobre los 6000 a 7000 en toda Palestina.
Debido a la confusión que muchas veces se tenía sobre los conceptos de escriba y fariseo se asimilaba a uno con el otro, pero existen claras diferencias. No todos los escribas son fariseos. Los jefes y los miembros influyentes de la comunidades fariseas eran escribas. (Nicodemo era un escriba y era fariseo, también lo eran los famosos Hillel y Gamaliel). Había también escribas que defendían posturas fariseas sin pertenecer a ninguna habûrah, pero eran muchos menos que los que no pertenecían a los fariseos.
En su mayoría, los miembros de las habûrôt no eran escribas. Había un gran número de sacerdotes que eran fariseos. También había miembros del clero, que sin tener la formación de escribas, eran fariseos. Precisamente los miembros del clero solían someterse con gran escrupulosidad a las exigencias fariseas sobre la pureza. Los sacerdotes tomaron mucha parte en el movimiento fariseo, lo cual se explica por el hecho de que este movimiento tenía su foco en el templo; dicho movimiento intentaba elevar a categoría de norma general, válida también para los que no eran sacerdotes, las prescripciones sobre la pureza que la Escritura imponía a los sacerdotes para consumir la porción que les estaba reservada. Pero estos escribas, sacerdotes y levitas, no constituían más que la parte rectora de los fariseos. Los laicos que se agregaban a las comunidades fariseas y se comprometían a observar las prescripciones fariseas sobre el diezmo y la pureza eran con mucho los más numerosos.
Las innumerables prescripciones sobre las relaciones comerciales entre los fariseos y no fariseos hacen conocer mejor los círculos que formaban la gran masa de los fariseos: eran comerciantes, artesanos y campesinos quienes formaban parte de la habûrah. En resumen, las comunidades fariseas se componían principalmente de pequeños plebeyos, gentes del pueblo sin formación de escribas, hombres serios y prestos a consagrarse. Pero, muy frecuentemente, eran duros y orgullosos para con la gran masa, el “pueblo del país” (‘ammê ha-’ares), quienes no observaban como ellos las prescripciones religiosas de los escribas fariseos; respecto de estas gentes, se consideraban los fariseos como el verdadero Israel.
En cuanto a la organización de las habûrah debemos decir que tenían extraordinarias semejanzas con la de las comunidades esenias, pues no en balde ambos movimientos se formaron en la misma época (la revolución macabea). De aquí que sirvan para las comunidades fariseas los mismos métodos de admisión de los esenios: un escriba inspector (archonte para los fariseos y mabaqqer para los esenios) se encargaba de examinar al candidato. El inspector le hace conocer las disposiciones jurídicas secretas de la comunidad. El candidato presta juramento de entrada, se le consigna en la lista de miembros y pasa por una prueba durante dos años, al término del cual se le considera miembro de pleno derecho. Las faltas graves son castigadas con una exclusión temporal o definitiva.
Pensamiento de los fariseos
Los fariseos estaban preocupados por la estricta interpretación y observancia de la Torá, siendo el extremo más radical en la aplicación de los preceptos con el mayor detalle posible. De hecho, tenían en tanta estima, e incluso más, a la interpretación tradicional de la Torá, la halaká o tradicional oral, que a la propia Torá escrita. “Es más culpable enseñar contra las enseñanzas de los escribas que contra la Torá misma”, decían.
Creían en la inmortalidad del alma y en la existencia de una vida después de la muerte, donde los justos son resucitados en un nuevo cuerpo material y los malvados sufren un castigo eterno. La resurrección se realizaría al final de los tiempos, cuando se impusiera el reino mesiánico. La realización de buenas obras, son para ellos, por tanto, un aspecto esencial para garantizarse la salvación en el mundo futuro. Este aspecto de la resurrección les distanciaba de sus acérrimos adversarios, los saduceos, que negaban esta doctrina. Del mismo modo, los fariseos admitían la existencia de ángeles y demonios, mientras que los saduceos no.
También la doctrina de la providencia divina y el destino separaba a fariseos y saduceos. Los fariseos creían que tanto las buenas obras como el destino y Dios son necesarias para la salvación del hombre. Sostenían que el primer origen de todo es el destino y la voluntad de Dios, aunque admiten cierta importancia a las obras del hombre. Sin embargo, los saduceos niegan absolutamente el destino y plantean que Dios ofrece al hombre el libre albedrío de decidir entre el bien y el mal, por lo que son las obras humanas las que causan un destino favorable o desafortunado.
Consideraban esencial separarse y no tener contacto con personas que, actuando a la ligera, contraían impureza ritual con motivo de innumerables prescripciones derivadas de la Torá. Trataban de relacionarse y convivir con personas fariseas con los mismos principios, encerrados en sus propias comunidades, evitando al pueblo llano en toda la medida de lo posible. Los haber no entraban en las casas de la plebe, am ha-ares, ni los aceptaban como huéspedes, sobre todo por la impureza (suciedad) que podían albergar las ropas de los plebeyos.
Los saduceos
Organización de los saduceos
El origen de este grupo está en la división que se produjo en la época macabea. Su nombre proviene quizá de que se consideraban la descendencia legítima de Sadoc, y por ello con posibilidad de ocupar el puesto de los cargos dirigentes.
A este grupo saduceo, aparte de las familias sacerdotales dirigentes, pertenecían también las principales familias patricias de Jerusalén y la nobleza laica del campo judío, cuyos representantes constituían, con la aristocracia sacerdotal, parte del Alto Consejo, el Sanedrín. Pero esto no significa que todos los sacerdotes fueran saduceos, pues habían también un buen número de sacerdotes que eran fariseos o que sencillamente no formaban parte de ninguna de las dos facciones. Básicamente, los sacerdotes saduceos eran los sacerdotes pertenecientes a las familias más distinguidas y constituyentes de las instituciones de poder.
Los saduceos ocuparon un lugar señalado dentro de la historia judía en el período que va de los asmoneos a la guerra judaica. Durante esta época el judaísmo se transformó radicalmente por los influjos religiosos helenísticos y babilónicos. En la agrupación de los saduceos se asociaron tendencias liberales y conservadoras: liberales en lo tocante a la aceptación de las formas de vida helenística, y conservadoras en lo que atañía a la conservación del estatuto religioso del Estado del Templo fundado en la ley.
Los saduceos formaban un grupo organizado. El número de sus partidarios es poco elevado. Poseían una tradición (halaká) basada en la interpretación de la escritura, tradición que debían seguir los miembros en la conducta de su vida. La pertenencia al grupo saduceo, como al de los fariseos, estaba limitada. No podía pertenecer cualquiera.
Pensamiento de los saduceos
Del constraste con los fariseos ya se ha visto antes algunas de sus creencias: negaban la vida tras la muerte, la existencia de ángeles y demonios, y la providencia o destino, doctrinas éstas importadas de otras religiones y que apenas aparecían en los escritos judíos. La teología saducea se atenía estrictamente al texto de la Torá o Pentateuco (la ley), particularmente en lo tocante a las prescripciones relativas al culto y al sacerdocio; estaba, por tanto, en abierta oposición a los fariseos y a su halaká oral, la cual declaraba obligatorias, incluso para los círculos de laicos piadosos, las prescripciones orales sobre la pureza relativas a los sacerdotes. Los saduceos habían consignado esta teología en una halaká plenamente elaborada y fundada en la exégesis. Adoptaban una postura crítica frente a la aceptación de usos populares en el culto, fomentada por los fariseos, y propugnaban la santificación del sábado frente a esos usos cuando la festividad del día caía en sábado.
En cuanto al tema de la pureza, aceptaban sólo las prescripciones que emanaban directamente de la Torá, por lo que sus costumbres eran más relajadas, exceptuando los sacerdotes jefes que tenían a su cargo la celebración del culto, cuya escrupulosidad en temas de impureza era aún mayor que el de los fariseos.
Rechazaban también las pretensiones proféticas de los círculos de los asideos y de los esenios. Condenaban sobre todo el desarrollo de la apocalíptica y de las ideas escatológicas ligadas a ella. Para ellos la salvación consistía en el acto terrenal de purificarse y formar parte del pueblo de Israel. Por eso nunca aceptaron la dominación extranjera, aunque fueron muy hábiles en establecer adecuados lazos comerciales con ellos.
Su limitación a la Torá y su rechazo a las tendencias reformistas hicieron que aceptasen sólo del hombre una visión terrenal. Rechazaban del mismo modo la teoría griega del alma y la esperanza persa de la resurrección. Para ellos no había un más allá. “No está en la ley”, decían para justificar su postura. Sin embargo veían al hombre libre en su obrar y responsable de sus actos, que deberían regirse por la ley. De aquí que emitieran severas sentencias contra los infractores, que aplicaban según su propio código penal. Los fariseos, debido a su constante reinterpretación oral de la ley escrita, intentaban adaptar y suavizar las condenas. Existía un tribunal saduceo de sacerdotes jefes, y dictaban sentencias según su propio derecho. Había escribas que eran saduceos, aunque pocos.
Los esenios
Los esenios (eseos o essenoi) eran un verdadera secta religiosa que se formó a raíz de la división con los asideos en la época macabea. Su número osciló alrededor de los 4000, esparcidos por Judea y Galilea. Vivieron en comunidades rurales, evitando las ciudades y siguiendo una forma de vida que ya fue enseñada a los griegos por Pitágoras. Ciertamente, estos curiosos hombres tuvieron mucho en común con los pitagóricos: se organizaban en comunas, compartían la tierra y las propiedades y practicaban virtudes como la abstinencia, la modestia, la autodisciplina, la discreción y una estricta pureza espiritual y corporal.
Eran un grupo estrictamente organizado. Había registros con la inscripción de cada miembro, que eran confeccionadas según un orden válido también para las reuniones: sacerdotes, levitas, israelitas y prosélitos. Hay prescripciones que regulan con exactitud la admisión a la comunidad. Sólo los adultos pueden ser admitidos en el número de los que son inspeccionados, y la edad mínima para entrar en la congregación eran 20 años.
Antes del ingreso en la orden, el aspirante debía pasar fuera de ella por un año de prueba, en el que debía vivir en la fidelidad a la ley y después por un noviciado de dos años. El primer año se compulsaba la seriedad de los propósitos del novicio y se le adoctrinaba en los preceptos de la comunidad. Durante ese tiempo vivía, por decirlo así, en el umbral, de acuerdo con las normas de la misma. Conservaba sus propiedades y todavía no podía formar parte en las asambleas plenarias ni en las comidas sagradas de la comunidad. Después de este período, si se le estimaba digno de la comunidad, sus bienes pasaban a la administración de ésta, pero se le mantenía apartado todavía de la propiedad común. Sus capacidades y su trabajo pertenecían ya a la comunidad. En la aceptación del novicio, lo cual tenía lugar en la fiesta de la renovación de la Alianza, éste pronunciaba un solemne juramento.
La organización de la comunidad se ajustaba a la división del campamento y ejército judíos en millares, centenas y decenas, de acuerdo a criterios jerárquicos. Había cuatro clases. En esta organi-zación jugaban un papel especial los sacerdotes y levitas, pero también había ministerios para los laicos. La orden estaba gobernada por una comisión de doce miembros laicos y tres sacerdotales. Cada uno tenía su rango y ocupaba su puesto, que se fijaba según su edad, conocimientos y eficacia. Entre sí observaban estricta compostura y prestaban obediencia total a sus superiores. Cualquier falta contra éstos y contra los preceptos se castigaba con rigor. El consejo de la comunidad tenía atribuciones judiciales sobre sus miembros y había una ley penal que enumeraba lo que se consideraba falta entre los miembros.
Daban mucha importancia a la pureza ritual, los lavatorios y los baños rituales, mucho más que los fariseos. El bautismo era un rito obligatorio todos los años. Había purificaciones rituales muy importantes, como la que se hacía antes de la comida. Para todos estos rituales, los monasterios disponían de cisternas, baños y conducciones de agua para suministrar el agua precisa.
Tenían un gran afán comunitario. Comían todos juntos, tenían todos los bienes en común, y cualquier ganancia obtenida pasaba a formar parte del depósito de dinero comunitario, que era administrado equitativamente entre los miembros. Vivían una austeridad y pobreza totales. Siempre el mismo vestido y calzado, no tenían ningún tipo de lujos y todo era regulado con la más completa sobriedad.
En cuanto a sus costumbres, no tenían con ellos esclavos, no emitían nunca juramentos excepto el día de su admisión, rechazaban la unción con aceite, se bañaban en agua fría antes de cada comida y después de contraer cualquier impureza, hacen sus necesidades en lugares apartados que luego tapan para no contaminar la vivienda. No prohibían el matrimonio pero solían vivir célibes.
En lo concerniente al gobierno, un inspector (mabaqqer), de más de 30 años y menos de 50, estaba al frente de cada campamento. Es un escriba quien enseña el exacto sentido de la ley, pues se daba mucha importancia al conocimiento de las escrituras, y a quien había que ir a manifestar las faltas cometidas.
Los esenios se denominan a sí mismos como “los convertidos de Israel”, “los convertidos del desierto” o “los hombres del consejo de Dios”. Se consideran el auténtico reducto del leal pueblo de Israel, “los pocos” que serían salvados por Dios al final de los tiempos.
Su doctrina y su visión de sí mismos se fundamenta en el centro de sus enseñanzas: todo lo que acontece en el mundo está previsto por Dios. Mantienen una visión escatólogica de los tiempos. El momento en que Dios iba a restablecer a Israel como luz para las naciones estaba cerca. Creían en la llegada del Mesías y de Elías. Se especializan en doctrinas sobre ángeles y espíritus. La doctrina sobre el espíritu de la verdad o de la luz y el de la injusticia o de las tinieblas, que nos recuerda al evangelio de Juan, es obra suya. También creen que el hombre al nacer recibe el espíritu de Dios, que después de ser purificado de sus manchas en esta vida es renovado mediante el espíritu Santo de Dios, convirtiendo al hombre en hijo de la verdad y de la luz, y por un tercer espíritu, en hijo del cielo igual a los ángeles. En su doctrina adquiere importancia la figura bíblica de Melquisedec, el sacerdote que perteneció al linaje sacerdotal.
Las comunidades esenias (yahad) mantienen con Dios una Alianza diferente a la del pueblo judío común. Es una Alianza dentro de la comunidad. Por eso su celebración anual más importante es la fiesta de la renovación de la Alianza, fiesta que no era celebrada de igual modo y con el mismo sentido por el pueblo judío común de tiempos de Jesús. Por eso también tienen un calendario distinto, solar y no lunar, y las fiestas judías esenias se hacían coincidir siempre en los mismos días de la semana. Con todo esto mostraban su carácter de oposición que tenían contra las autoridades del templo de Jerusalén, y su carácter cerrado y rígido frente a la costumbre popular.
Los terapeutas
Se trata de una secta judía de características muy similares a los esenios, tanto que los investigadores se plantean incluso si no eran la misma secta o una variante de la misma. Aunque debían de tener comunidades por todas partes, eran especialmente numerosos en Egipto, sobre todo en las proximidades del lago Mareotis junto a Alejandría. Vivían de forma comunitaria, pero separándose varones y mujeres en zonas diferentes. Al ingresar a la orden abandonaban sus posesiones y durante el tiempo que permanecían allí no realizaban ningún trabajo u oficio remunerado, pues se dedicaban de lleno a la vida contemplativa.
Las comunidades estaban presididas por el miembro más anciano o presbítero. La jerarquí se basaba sólo en el número de años de estancia en la orden. Vivían célibes todo el tiempo que permanecían allí. Hacían también votos de pobreza, teniendo sólo un vestido para el verano y otro para el verano, comiendo de manera frugal, absteniéndose de la carne y el vino, y ayunando con frecuencia.
Su jornada habitual constaba de una oración matutina mirando hacia el sol, una jornada de estudio de las Escrituras y de oración, una comida comunitaria por la tarde y una oración a la puesta de sol mirando hacia el oriente. El sábado el presidente celebraba el culto y pronunciaba un sermón. Su festividad más importante, al igual que los esenios, era la fiesta de las semanas o Pentecostés. Este día comían su alimento sagrado, pan con levadura sazonado con sal e hisopo, superando en su grado de abstinencia incluso a los sacerdotes judíos, que al menos este día sí bebían vino. Luego cantaban himnos hasta el anochecer.
Los nazareos
Los nazareos constituyen una pequeña hermandad de hombres y mujeres consagrados a Dios. Eran tenidos en muchísimo respeto porque solamente ellos podían tener acceso al Santo de los Santos en el Templo, junto al Sumo Sacerdote.
Vivían en pequeñas comunidades donde se tenía todo en común. Para ingresar a la orden había que realizar unos votos vitalicios: abstenerse de toda bebida alcohólica, ni de ningún fruto de la vid, aunque no estuviera fermentado; debían dejar crecer libremente su pelo; no se acercaban a lugares donde hubieran estado muertos ni tocaban a ningún muerto ni nada que hubiera estado en contacto con un muerto. Se consideraba en aquella época que eran estas tres cosas las que provocaban una impureza que impedía estar completamente puro en la presencia de Dios.
El voto podía ser también por un período de tiempo, al final del cual se purificaban por siete días (Números 6:9; Hechos 21:27), cortaban su cabello y lo quemaban, y participaban también de ciertas ofrendas, incluyendo pan sin levadura y aceite. Cuando el voto se cumplía, podían una vez más beber vino y comer uvas. Las mujeres acostumbraban tomar el voto de manera voluntaria con el propósito de hacer una petición especial a Dios, o para dedicarse ellas mismas a algún propósito especial. Hay ejemplos bíblicos del voto siendo de por vida (Jueces 13:5). Un voto era hecho a menudo en acción de gracias hacia Dios; su propósito no era remplazar la debilidad de carácter en el sentido que alguien necesitase del voto para estar alineado al camino de Dios.
Incidentalmente, no debemos confundir las palabras nazareos y nazareno. La palabra nazareo viene de la raíz nazir, que significa “separado” o “alejado de”, mientras que nazareno denota un residente de Nazareth. Al confundir las palabras, algunos han argumentado que Jesucristo estaba bajo un voto de nazareo, y emplean ese razonamiento para argumentar que por eso tenía el cabello largo. Pero Jesús no fue un nazareo porque Él bebió vino (Mateo 11:18-19) y en al menos una ocasión tocó un cuerpo muerto (Lucas 8:51-54). Y así, Él no habría podido tener el cabello largo (1 Corintios 11:14). El apóstol Pablo tomó un voto de nazareo, no cortándose el cabello hasta completar el voto (Hechos 18:18). Y él posteriormente compartió los ritos de la purificación de otros cuatro que completaron votos de nazareos (Hechos 21:23-27).
Las ceremonias de admisión tenían lugar en los centros sede de cada distrito. Estas ceremonias debían ser completadas con una serie de ofrendas y sacrificios en el templo de Jerusalén.
Estos votos eran muy solemnes y conferían una altísima distinción a quien los adoptaba. Sansón y Samuel fueron dos ilustres nazareos. Quien no era fiel a sus votos era expulsado de la orden. Si incurría en alguna falta, estaba obligado a purificarse y ofrecer sacrificios para su compensación.
Las colonias donde se reunían era auténticos centros del saber. Eran hombres que estudiaban profundamente las escrituras, llevaban una vida rural muy monástica, casi al estilo de los esenios, y se ganaban la vida del fruto del campo y la ganadería y de las dádivas que frecuentemente los judíos ricos hacían a la orden. Al frente de cada colonia había un director. En muchas cosas de su organización los esenios copiaron a estas sencillas hermandades o comunidades.
Eran muy poco numerosos. Las poco más de cinco colonias que habría significaban unos 300 nazareos (Bereshit Rabbá 91:3).
La ley del nazareato viene descrita en Números 6.
Las comunidades proféticas
No son verdaderas comunidades monásticas, porque no contemplan la separación del mundo, el celibato y una regla común.
Existen desde los tiempos de Samuel (1 Sam 10, 5-6.10-13; 19, 20-24), alcanzan el máximo esplendor en tiempos de Elías (1 Re 18, 4.13.19-20; 20, 35) y perduran hasta los tiempos del profeta Amós (Am 7, 14), para desaparecer en el destierro (Zac 7, 3; Neh 6, 10-14)
Eran comunidades independientes e itinerantes. Giran entorno a un profeta considerado como “Padre”.Viven pobremente del propio trabajo o de la caridad pública (2 Re 4, 8.38-44; 6, 1-7). Podía existir pero no era obligatoria la continencia (2 Re 4, 1)
Estaban vinculadas a santuarios como el de Nayot junto a Rama (1 Sam 19, 18-24), el de Betel (1 Sam 10, 3-6), el de Jericó (2 Re 2, 3), el Monte Carmelo (2 Re 2, 25). Con David se establecieron en Jerusalén, convirtiéndose en un cuerpo de levitas-profetas. Sus componentes eran de las capas inferiores de la sociedad.
Movimientos o fuerzas políticas
Los zelotes
La historia de Israel entre el levantamiento de los macabeos y la guerra contra los romanos está llena de movimientos de resistencia. Los zelotes son precisamente eso, un grupo de resistencia contra los invasores. Por fundador se tiene a un tal Judas el Galileo, y su origen a raíz del censo y la posterior recaudación de impuestos que tuvo lugar el primero hacia la época del nacimiento de Jesús, y el segundo en su adolescencia.
Su resistencia no se basaba sólo en acciones armadas, sino que promulgaban una serie de doctrinas subversivas, jamás hasta ese momento proclamadas, que les dio muy pronto a sus miembros una coherencia de principios y de unidad. El movimiento partió de Galilea, aunque la mayor agitación por el pago de los impuestos se produjo en Judea y luego subió hacia el norte.
En sus comienzos, las fuerzas fariseas desempeñaron un importante papel; parece que fueron principalmente los discípulos del rabino Sammay los que engrosaron las filas del zelotismo, mientras que los hillelitas, que se alzaron definitivamente con la preponderancia en el rabinado después de la guerra, adoptaron frente a dicho movimiento una actitud negativa, aunque de momento no pudieran imponerse a los sammayitas. Las proximidades con el pensamiento de los esenios es también muy patente. Mantienen puntos muy cercanos de vista sobre cuestiones proféticas, y sobre escatología y guerras del juicio. Es muy posible que muchos de los esenios se fueran haciendo zelotes con el paso del tiempo.
El nombre de zelotas habla del celo que tenían por Dios y por su encendida pasión al discutir sobre asuntos de juicio final y guerras escatológicas. Para los romanos, no eran más que ladrones, salteadores de caminos aislados o cuadrillas enteras de bandidos. No quisieron prestarles mucha atención hasta que finalmente se vieron obligados a ello en la sublevación judía. La designación de sicarios, en cambio, no parece comprender a la totalidad de los zelotas, sino sólo un grupo de ellos, especialmente activo; el nombre derivaba de los pequeños puñales (sica) que llevaban ocultos bajo el manto y con los que asesinaban a sus adversarios, a menudo en medio del gentío. Parece que se concentraron sobre todo en Judea y en Jerusalén. Son los últimos que quedaron como resistencia en el fuerte de Masada.
Para ellos fue decisiva la doctrina con la que justificaron y emprendieron la lucha. Su punto central es la interpretación que daban al primer mandamiento. A su modo de ver, el reino de Dios en Israel era incompatible con cualquier dominación. En este dogma fundamental radicaban sus bríos revolucionarios. Durante siglos había vivido Israel bajo dominación extranjera y bajo ella había servido a su Dios, aceptándola como algo que Dios permitía o como un castigo. Los zelotas rompieron con esto, y de esta ruptura emanó su celo por la monarquía exclusiva de Dios y su resolución de padecer persecuciones, si era preciso, así como la de sacrificar el dinero, la hacienda o la vida por su credo. Su pronta disposición al sufrimiento y su fortaleza en el martirio despertaron la admiración de sus enemigos. Con el martirio pregonaban su celo por Dios y expiaban los pecados de Israel. La conversión revistió entre ellos la grave modalidad de negar obediencia a las potestades terrenas y de acatar únicamente la ley de Dios. La repercusión de esta doctrina fue tanto más grande por cuanto brotaba del meollo mismo de las creencias judías: en tiempos de Jesús se citaba el primer mandamiento juntamente con la semá Israel, y los rabinos no consideraban válida ninguna plegaria en la que le faltase a Dios el nombre de rey. (Si no, recuérdese la tercera frase del Padrenuestro, como oración judía de Jesús).
Judas formuló esta parte decisiva de su doctrina de cara al censo que ordenó Octaviano Augusto. Los romanos sostenían el principio jurídico de que, con la conquista de un país, pasaban a ser propiedad del Estado romano sus tierras, cuyo usufructo se dejaba a los indígenas. Sobre este principio basaban su exigencia de impuestos. Pero dicho axioma entraba en colisión con la creencia israelita de que la tierra santa le había sido dada en herencia por Dios a Israel a título inalienable. La obediencia al mandamiento de Dios les prohibía, por tanto, a los zelotas, el acatamiento del principio jurídico romano y como tal interpretaban la participación en el censo. La irritación producida en el pueblo por el crecido importe de los impuestos y la dureza de su recaudación cooperó a que se aceptara la tesis zelota. Con respecto al censo decía los zelotas: “La tasación no trae consigo más que una esclavitud evidente” y, por ello, exhortaban a todo el pueblo a proteger su libertad. La guerra se desencadenó precisamente con la eliminación por los zelotes de los arrendadores de impuestos.
La monarquía única de Dios, tal como la predicaba Judas, estaba estrechamente imbricada con la libertad de Israel y con su hostilidad a Roma. Con qué fuerza irrumpió entre los zelotas la noción de libertad. Su noción de libertad estaba condicionada por consideraciones escatológicas. Por libertad se entendía la redención del tiempo final, por la que oraban a diario todos los israelitas piadosos. En tanto que los fariseos esperaban que se realizase por una intervención milagrosa de Dios, los zelotas estaban convencidos de que en la creencia en el reino exclusivo de Dios estaba implícito el que Israel lo convirtiera en realidad y el que Dios correspondería al heroísmo de su acción con signos y milagros, para hacer que la obra de liberación tuviera éxito.
La actividad de los zelotas para convertir en realidad su credo del reino exclusivo de Dios se desarrolló de diferentes maneras. Abominaban de las imágenes en todas sus formas, ya se tratara de imágenes de hombres, especialmente de gobernantes, o de imágenes de animales, que en su mayor parte tenían un significado simbólico. El culto incipiente al emperador fomentó de manera decisiva la oposición a Roma; las imágenes del Emperador eran las que producían mayor escándalo. Los linchamientos se hicieron la norma general contra las impurificaciones y profanaciones perpetradas en el recinto del Templo. La venganza de los zelotas se abatía también sobre los israelitas que se unían a mujeres no judías. Se obligaba a la gente a circuncidarse; sino, se le mataba sin ningún miramiento. Los profetas y falsos mesías acompañaban en su camino a los zelotas: fue una predicación profética la causa que desencadenó un masacre por culpa de Pilato.
Su postura social era revolucionaria. Estaban en contra de los ricos, y se granjearon la amistad de los pobres, los pequeños campesinos y terratenientes, mientras que los grandes terratenientes se aliaron con los romanos. La situación social empeoraba cada vez más. Los pobres se resentían de ello, los pequeños campesinos temían por su tierra. Tenían que tomar préstamos e hipotecar su finca, hasta que esta caía en manos de los grandes terratenientes y de sus arrendatarios, y de estos a los romanos. Los zelotes por ello no dejaban de cometer actos de violencia contra los romanos y contra sus amigos.
Entre todo este agitado mundo, no es de extrañar que Jesús fuera confundido con un supuesto mesías de los que proliferaban en la época, que fuera crucificado entre dos zelotas, y que incluso el sanedrín le acusase de provocar revueltas para ganarse la enemistad con los romanos. Sin duda que muchas veces Jesús tuvo que soportar las comparaciones con los zelotes, y no sólo eso, sino las acusaciones contrarias de estar de parte de los romanos. En una época tan agitada no era fácil no vivir bajo sospecha, se estuviera en un bando u otro.
Los herodianos
Eran un partido político que también proponía la expulsión del poder romano de tierras palestinas, pero en este caso por implantación de la realeza herodiana. Eran un grupo no muy numeroso de parientes y partidarios de la familia real de Herodes; sus miembros, judíos de nacimiento, eran en el fondo paganos. Sin embargo, este motivo no les hacía ser despreciados por el pueblo pues tenían como aliados a los saduceos. Como ellos vivían en una posición de privilegio, eran ricos y también excépticos. Por eso no creían en las consideraciones de los zelotas, que estaban apoyados por los fariseos y eran ambos unos celosos defensores de la ley. Se podría decir que los herodianos representaban el partido político de los ricos, mientras que los zelotas el de los pobres. Su número, sin embargo, siempre fue mucho más limitado que el de los zelotas.
Jesús, durante su vida, como se desprende de los evangelios, tuvo que encararse en alguna situación con ellos.
Los samaritanos
Los samaritanos eran un pueblo mestizo judeo-pagano que vivía engastado en un reducido territorio entre Judea y Galilea, llamado Samaría. La actitud de los judíos hacia estos vecinos suyos no judíos era de total desprecio.
Este sentimiento de enemistad entre judíos y samaritanos surgió de la siguiente manera: unos 700 años antes de nuestra era, Sargón, rey de Asiria, al aplastar una revuelta en la Palestina central, se llevó en cautiverio a más de 25000 judíos del reino septentrional de Israel e instaló en su lugar a un número casi igual de descendientes de los cutitas, serfavitas y amatitas. Más adelante, Asurbanipal envió otros grupos más de colonos a Samaría. La enemistad religiosa entre los judíos y los samaritanos databa del retorno de aquellos del cautiverio de Babilonia; en esta ocasión, los samaritanos trataron activamente de prevenir la reconstrucción de Jerusalén. Más adelante ofendieron a los judíos porque ofrecieron ayuda a los ejércitos de Alejandro. En recompensa por su amistad, Alejandro dio permiso a los samaritanos para que construyeran un templo sobre el monte Gerizim, donde adoraban a Yahvé y a sus dioses tribales y ofrecían sacrificios, todo esto muy en la manera de los servicios del templo de Jerusalén. Continuaron practicando este culto hasta el tiempo de los macabeos, cuando Juan Hircano, hacia el 129, destruyó su templo en el monte Gerizim. Tal vez hubo una mejora ligera de la situación hacia el final del siglo I antes de nuestra era. Herodes desposó a una samaritana, tratando de unir a ambos pueblos; pero doce años después de la muerte de Herodes, bajo el procurador Coponio (6-9 d.C.), cuando Jesús vivía, los ánimos volvieron a encenderse en una fiesta de la Pascua por un acto de venganza de los samaritanos en represalia por otro de los judíos, al profanar el templo extendiendo en él huesos humanos en los pórticos. Esta gravísima profanación, que probablemente trajo como resultado la irrupción de la fiesta, proporcionó un nuevo alimento a la vieja amistad. A partir de este momento, la hostilidad entre ambos grupos se hace implacable.
Cuando los judíos de Galilea iban a Jerusalén, especialmente en las fiestas, tenían ciertamente la costumbre, en tiempos de Jesús, de rodear Samaría, aunque a veces resultaba inevitable atravesarla, porque el rodeo hacia mucho más largo el viaje. Siempre solía haber incidentes, y hasta encuentros sangrientos. Los ánimos estaban muy tensados tanto por una parte como por la otra. A medida que nos alejamos de los tiempos de Jesús la situación se va tranquilizando y las relaciones entre ambos pueblos mejoran mucho.
De aquí que no nos extrañe que cause sorpresa que Jesús atraviese Samaría para predicar allí, o que en uno de sus viajes entre samaritanos sea despreciado en una aldea y no se le quiera dar alojamiento. Estos casos eran algo común en aquella época.
Los samaritanos odiaban a muerte a los judíos, y éstos llamaban a los samaritanos cuteos, y la palabra samaritano constituía una grave injuria en boca de un judío.
Los samaritanos concedían una gran importancia al hecho de descender de los patriarcas judíos. Se les negó esa pretensión: eran cuteos, descendientes de colonos medo-persas extraños al pueblo. Les era negado así mismo todo lazo de sangre con el judaísmo, y al revés por parte de los samaritanos. El hecho de reconocer la ley mosaica y el observar sus prescripciones con escrupulosidad no cambiaba en nada su exclusión de la comunidad de Israel, pues eran sospechosos de culto idolátrico a causa de su veneración del Garizim como montaña sagrada.
Este juicio sobre los samaritanos trajo una consecuencia: fueron considerados paganos desde el punto de vista cultual y ritual. Para ellos, a raíz del suceso en la Pascua, las puertas del templo estaban cerradas. Por esto no cabía un matrimonio entre ambos pueblos, y hasta se llegó a considerarles como impuros desde su nacimiento y como causantes de impureza, lo que prohibía el contacto con ellos.
Sin embargo, la realidad era muchas veces muy distinta. Muchos judíos vivían sin problemas entre samaritanos, y viceversa. Es en este contexto en el que debe ser entendida la famosa parábola de Jesús: puso ante los ojos de sus compatriotas a un samaritano como modelo, humillante para ellos, de agradecimiento y de amor al prójimo que triunfa del odio nacionalista de tan viejas raíces.
Referencias:
“Jerusalén en tiempos de Jesús”, Joaquín Jeremías, Ediciones Cristiandad.
“Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús”, Emil Schürer, Ediciones Cristiandad.